Cuentan las antiguas leyendas que en los albores de los tiempos el ser humano aún etéreo no se había desprendido de su capa celestial; capa que le unía a su creador.
Cuentan, que aún perdidos en este mundo ajeno a ellos,
recordaban su procedencia y sabían de su unicidad.
Se reconocían sin mirarse, se hablaban sin palabras y cada
día oraban y ansiaban volver al inicio. Lugar donde todos eran uno y uno era
todos.
Cuentan, que un día un alma herida y sin esperanza ya, abrió
sus ojos y vio:
Vio un mundo, vio otros humanos, vio sus manos y sus píes.
Sorprendido, zarandeo a quien tenía a su lado y este también
vio.
Así sucesivamente, a la vez que su etereidad iba volviéndose
sólida.
Pronto sólo usaron su cuerpo para todo y olvidaron su saber
ancestral, olvidaron que venían de las estrellas, que Dios y ellos eran uno.
Sin embargo, en su demencia, se creyeron más que dioses y que a nada ni nadie necesitaban.
Pronto el amor se volvió solo una palabra para describir
algo que realmente ignoraban. Pronto la soledad les atenazaba y ahogaba.
Cuentan estas mismas leyendas, que si eres capaz de cerrar
los ojos junto a otro humano y ver con el corazón; podrás poco a poco recuperar
parte de ese conocimiento y paulatinamente despertar de este mundo y sobre todo
podrás intuir e incluso sentir lo que es el verdadero amor. El que está por
encima de nuestros cuerpos y nada pide y todo lo da.
¿Te atreves a cerrar los ojos conmigo?
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