
Me encantaba el trabajo, no entendía como nadie quería
trabajar en aquel centro y como cambiaban tanto de empleados.
Ya empezaba a conocer a los residentes y ese día me encontraba
dando la merienda a varios de ellos en una pequeña habitación soleada.
Mientras les daba de comer hablaba un ratito con ellos
contándoles cosas banales y haciéndoles preguntas para que el tiempo corriese
más deprisa; pues hasta la hora de la cena estaría con ellos yo sola y el
tiempo trascurría largo y farragoso.
En ese momento me hallaba con María una residente de
procedencia castellana, que hacía muchos años que tenía demencia senil y solo
hacía unos meses que había sido trasladada a este centro, pues su familia se había trasladado por motivos de trabajo y quería tenerla más cerca.
María era un sol de mujer, ciega debido al azúcar desde hacía
muchos años, muchas veces sacaba a relucir su arte castellano y nos amenizaba
con alguna canción de las de antes (Manolo escobar, El pequeño Ruiseñor…), su
cara surcada de arrugas denotaba bondad y su pelo recogido en un moño siempre
lucia siempre blanco y brillante.
En su demencia María no recordaba siquiera a sus hijos, ni
mucho menos a nosotras las Auxiliares que la ayudábamos en la vida diaria.
Sin embargo ese día estaba especialmente triste y llorona; sin
hacer mucho caso de ello me dispuse a darle la merienda y para que dejase de llorar
le di conversación.
-¡María, cariño! ¿Qué te pasa hoy, por qué lloras?
Ella seguía llorando sin consuelo y negándose a merendar. Así
que insistí de nuevo:
-¡María, cariño! ¿Qué te pasa hoy, cuéntame, por qué lloras?
Al final entre sollozos consiguió responder:
-Ya
está aquí el que tiene frío y viene a por mí.
Por contestar algo y que dejase de llorar, sin pensar
conteste:
-Corazón, pues si tiene frío no vayas, quédate aquí conmigo.
¿No notas que calentitas y agustito estamos aquí con el sol calentándonos la cara?
¿No notas que calentitas y agustito estamos aquí con el sol calentándonos la cara?
Por unos segundos María calló en seco y medio sonrió.
-¿Entonces
me puedo quedar contigo? Es que el que tiene frío no quiere, quiere que este
con él, contigo no, él no quiere que me quede contigo y yo tengo miedo.
Yo de nuevo y a mi bola, viendo que comía y que dejaba de
llorar le conteste sin pensar y haciéndome la enfadada:
-¡Faltaba más, te quedas conmigo! Dile al que tiene frío que no te
vas a ir nunca con él, que te quedas conmigo hasta que venga el que no tiene
frío.
Ella de nuevo se puso a llorar, pero de alegría y buscando mis
manos, empezó a besarlas y a murmurar.
-¡Vete,
vete, me quedo con ella! Esta más negro y más frío, no deja de decir que me
quiere a mí.
Sin apenas escuchar realmente sus palabras le conteste:
-Ni caso, tú conmigo.
Al ver de nuevo su sonrisa, ya me envalentone y alzando la voz
en plan chulo y en realidad solo para conseguir que comiese de una vez y así
poder seguir con el trabajo dije:
-¡Te he dicho que no, que se queda conmigo hasta que llegue el que
no tiene frío y contigo no se ira nunca, yo no la dejo, no lo consentiré!
Y me quede tan ancha.
Una sonrisa de agradecimiento surcaba el envejecido rostro de
María.
Cuando de repente su sonrisa se borró y de una forma lenta y mecánica
su cabeza oscilo y muy lentamente ladeo su cuello y clavo en mí su mirada vacía
con esos ojos turbios que me miraron sin ver y con voz profunda y sería y dirigiéndose
a la vez a una silla vacía que tenía a mi vera dijo:
-¿Si?
¿Me puedo quedar contigo?
De nuevo y ya algo sería conteste:
-¡Que si mujer, vamos come!
Esta vez un frío intenso me invadió, pese al sol que nos daba
a las dos en la cara; el semblante de María estaba transformado, su cara ya no lucia
brillante como antes, parecía de cartón piedra; sus ojos me traspasaban, pese a
lo absurdo que pareciese esto, por ser imposible al ser ella ciega, notaba su
mirada fría y sin vida clavada en mí; levantó su brazo arrugado y marchito y
con una inusual fuerza me agarró, horadando con sus uñas mi piel y helando mi
carne, pues sus manos estaban inusualmente frías; al mismo tiempo se oscureció
la habitación ¿Dónde estaba el sol?.
Ya no me parecía gracioso, esto empezaba a asustarme; al intentar zafarme de sus manos frías con una voz inusualmente gutural y profunda dijo:
Ya no me parecía gracioso, esto empezaba a asustarme; al intentar zafarme de sus manos frías con una voz inusualmente gutural y profunda dijo:
-¿De
verdad puedo quedarme contigo?
Yo no tenía ya fuerzas para contestar, estaba al límite, unas
lágrimas asomaban por mis ojos; de nuevo su vacía mirada se clavó en mí y con voz de ultratumba dijo mientras esbozaba una sonrisa cruel, enmarcada por los pocos dientes que le quedaban:
-¡Es
que esa monja que tienes sentada a tu lado también tiene frío y quiere estar
contigo!!!
Mi cabeza era un océano de ideas todas
agolpadas al mismo tiempo:
¿Cómo sabía ella que antaño esto era un convento?
¿Cómo unos ojos sin vida podían mirar?
¿Cómo…?
¿Cómo sabía ella que antaño esto era un convento?
¿Cómo unos ojos sin vida podían mirar?
¿Cómo…?
Ya no me hice más preguntas, escape de aquella habitación y
nunca más volví.
Autora: Rosa Francés Cardona
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Regente de: Herboristería Herbasana Canals Valencia
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http://herboristeriaherbasana.es/
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Colaboradora en: http://www.enbuenasmanos.com
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