Acusada de brujería por convertirse en zorro ante
la presencia del señor obispo estando de caza.
Será quemada en la plaza hoy al anochecer.
Así rezaba el cartel
pegado en la puerta de la iglesia, sito en la plaza mayor.
Y aquí me hallo yo,
encerrada; mi pelo ha sido cortado al cero, llevo una túnica raída y vieja por
ropa y me siento sola, perdida y sobre todo no acabo de creerme que esto este
pasando.
¡Espero despertar de un momento
a otro, de este mal sueño!
Parece ser que la prueba
irrefutable de mi brujería ha sido ser introducida durante 3 veces en las aguas
heladas del río, desnuda en diciembre y con los pies atados, cabeza abajo y
haber sobrevivido.
Después de esto el pueblo
ha creído todas y cada una de las palabras del “señor obispo” y no han escuchado
las mías.
¡Solo por rechazar ser su
querida! se ha vengado de mi; lo que nunca pensé es que la gente lo creyese,
estaba convencida que me escucharían, que entenderían…
Vienen a por mí y la gente
no para de gritar y golpearme.
-¡Bruja, bruja! ¡Hija de Satán!
Gritan sin parar.
-¡Yo la vi una vez como volaba cerca
de mi casa!

En medio de la plaza han
alzado una pila de leña, junto a un palo central. No me resisto; realmente no
puedo más, solo deseo despertar de este sueño.
Una vez atada, puedo alzar
la vista y veo a Rosario con su nene en brazos, gritando sin parar; al percibir
mi mirada, calla y baja la mirada. Julián su pequeño llora desconsoladamente;
recuerdo el día que ayude en su parto y lo difícil que fue, pues venía de pies.
Más cerca esta Juan el
leñador, que se acercaba a casa de vez en cuando para que le curase alguna
herida con cortezas de determinados árboles; él no grita, solo esta allí quieto
entre la gente.
Apolonio el pescadero
también esta con los brazos y puños levantados en actitud agresiva, tal vez
olvido que Antonina su esposa, este invierno debido a las perdidas de sangre tan
grandes que sufría casi muere y que gracias al agua de hierro que le prepare
sigue fuerte y a su lado.
Así sucesivamente podría
nombrar a casi todos.
Y en el balcón vestido con
ropajes majestuosos, mitra, báculo y su gran cruz al pecho, esta el “señor
obispo”, altivo, sonriendo despectivamente y con la mano alzada grita con su
gruesa voz:
-¡Por última
vez, infiel! ¿Renuncias a Satán y me reverenciaras como portavoz de tú Creador
y harás lo que yo te diga?
Yo, ya sin fuerzas, niego
con la cabeza una y otra vez ¿Acaso nadie entiende sus palabras o se hacen los
tontos? Pues yo no soy su único capricho, otras más han caído en sus redes,
hasta que se cansa de ellas y las “bien casa”.
El fuego es prendido y pronto empieza a llegarme el olor
a madera húmeda y romero; el humo y el calor asfixiante me queman las cejas; me
hinchan la garganta y pronto empieza a faltarme el aire; la muchedumbre sigue
mirando y escuchando mis gritos de dolor.
Las cuencas de mis ojos
estallan al contacto con el fuego, mi piel empieza a estar llena de llagas que
explotan conforme aparecen, el olor a carne quemada es insoportable; aunque yo
apenas ya siento nada; solo un dolor asfixiante en mi corazón o en mi alma, ya
no lo sé. Me duele verme sola, abandonada, sin apoyo y despreciada; molida a
palos, repudiada, insultada…
Poco a poco ya no siento
nada.
Veo a mama en la
orilla del río enseñándome a diferenciar las plantas y a fabricar ungüentos y
pociones para ayudar a la gente a sanar, oigo su risa cristalina y veo su pelo
brillar entre los rayos del sol; poco a poco la paz me invade; empiezo a dejar de
temer, a dejar el dolor, el miedo, la rabia.
No sé como pero veo mi
cuerpo calcinado y humeante ante mi; veo a la muchedumbre, a muchos como
esconden alguna lágrima, a otros como agachan la cabeza avergonzados, pero ante
todo siento su miedo, ignorancia y temor.
No puedo odiarles, les
perdono; son gente de campo, simple y con miedo; solo siento lástima y perdón.
Cuando ya no hay nadie,
unos pocos amparados en la oscuridad y sigilosamente acuden a la plaza y
agarran mi cuerpo o lo que queda de el y
le dan digna sepultura, pronunciando palabras de dolor y arrepentimiento.
De repente todo se vuelve
brillante; ya nada duele, ya a nada temo; solo me invade una sensación de perdón y amor y solo sé que desaparezco envuelta de ella.
Autora:Rosa Francés Cardona (Izha)
Acupuntora, MTC, hipnosis, Dietética y Nutrición.
Redactora en: http://www.enbuenasmanos.com/
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