Acabo de entrar en la habitación de mis padres, allí está mamá atareada; como siempre; también está papá plácidamente dormido sobre la cama; sinceramente su faz solo respira paz, su cuerpo no está rígido como yo recuerdo, está relajado.
-
¡Ah Rosa, ¿estás aquí? Ayúdame! La
miró extrañada, la encuentro rejuvenecida y sin nada de cansancio; como en
estos últimos tiempos. Mientras procedo a ayudarla un flashback me lleva a no
hace muchos días. ¡Has fallecido, habéis fallecido los dos! Sin embargo, esta
escena es tan normal, tan cotidiana que casi me entristece y no por triste,
sino por añoranza.
-Claro,
mamá. Contesto mientras procedo a barrer la
habitación, a la vez que me detengo en cada uno de sus rincones y detalles.
Todo parece muy normal, tal vez demasiado; hay cosas que no cuadran y no acabo
de distinguirlas.
En
ese preciso instante entra una mujer vestida como sanitaria y su mirada recorre
todo mi cuerpo, sin embrago, no puedo adivinar en ella reproche ni desagrado.
-
¡Hola! Tranquila, yo sigo con la limpieza del paciente, no te molestes. Dice con una preciosa y dulce sonrisa.
–
No, no es molestia, faltaba más. Mientras
sigo barriendo y mamá está en el baño.
–
Deberías de irte antes que los demás vengan, despídete. Está a punto de
amanecer, van a dar las seis y no es bueno que te encuentren,
–
Si, si ¡muchas gracias por permitírmelo! Pese a mi respuesta aún no tengo claro que sucede ¿el
dormitorio de casa, una auxiliar, mi madre…? Mientras mi cabeza no para de
pensar y darle vueltas me dirijo a papá a la par que cariñosamente lo abrazo
por detrás de la cama, le sujeto la cabeza le doy un beso y le canto.
–Buenas
noches corazón. Duérmete, duérmete mi niño… No puedo seguir; pues papá obré los ojos por primera
vez y mientras sonríe me llama por mi nombre
–
¡Rosa, cariño! ¿Me ha reconocido?
Acabo de descubrir lo que pasa o al menos así lo creo. La sonrisa de la
auxiliar desaparece al sentir el cambio de mi expresión.
-
¡Mamá! La llamo no sé si presa de pánico o de
alegría.
–Mejor
te despides ¡no? ¡Ya es hora de partir! Contesta
muy amablemente la auxiliar.
–Sí,
si… lo entiendo ¡Gracias! Salgo
corriendo y… estoy en medio de un pasillo lleno de puertas. Los nervios me traicionan,
abro puertas sin cesar. Cada puerta es una habitación diferente; cada puerta es
una historia diferente; cada puerta está habitada por diferentes personas,
familias… Mientras abro alguna de esas personas me miran descolocadas y otras
me observan a la par que nos lanzamos un guiño de complicidad.
Están
a punto de alcanzarme… cuando llamo acelerada en la siguiente habitación y abre
alguien conocido (alguien que hoy no alcanzo a recordar) sonríe mientras me
guiña el ojo (no parece extrañarle mi presencia) le pido asilo. Mientras
amablemente abre su cuarto para esconderme observo que procede de forma
compulsiva a ordenarlo (realmente aún no es consciente de su nueva realidad).
Allí
mismo me encuentran; son muchos; van vestidos como sanitarios normales, aunque
en vez de fonendo llevan una extraña arma. Sé que no es una pistola a la vieja usanza (parece que un arma de borrado de memorias) al igual que sé que no son sanitarios normales; aunque ato cabos no acabo de
comprender; o mejor dicho no acepto lo que estoy viendo; sin embargo, ya no
queda tiempo para pensar; acaban de disparar… Corro, corro… la sanitaria que
estaba en la habitación de mis padres me empuja y se lleva parte del disparo, a
mí solo me roza y… Despierto en mi habitación son las 6,30 de la mañana y… no
sé si fue un sueño o no.
Autora: Rosa Francés Cardona (Izha) Coaching 3.0, Acupuntora, MTC, hipnosis, Dietética y Nutrición.
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