sábado, 12 de enero de 2013

¡Te necesito tanto, mama!

 “¡Hola mama! ¡Buenos días, preciosa!”

Ante esas suaves y cálidas palabras abrí los ojos y ante mi sorpresa vi a una señora de mediana edad acariciando mi cabello, de forma muy cariñosa, tremendamente cariñosa, tanto que pese a no conocer a  esta señora, solo pude sonreír y preguntarme quién sería, tal vez solo fuese un sueño, así que me frote los ojos y volvía mirar, pero esta señora estaba ya con una esponja y empezaba a lavarme la cara, ¿lavarme la cara? ¡Dios mío, es una loca! Pensé.

“Oiga ¿qué hace usted?” le pregunte con voz trémula y asustada.

 “Mama, cariño, no empieces y vamos a levantarnos que es tarde” insistió la desconocida con mucho cariño; esta vez sí pude ver bien su cara, y … no, no la conocía, aunque su cara me era muy familiar, demasiado familiar; debió de notar mi indecisión y temor ante ella ya que volvió a insistir.
“Vamos mama, vamos que es tarde y luce un sol precioso, nos levantamos y desayunamos en la terraza ¿te parece bien?”

Volví a mirar a mi alrededor y este era mi cuarto, mi casa, mi cama, mi… pero… nada, que no sabía quién era esta señora, Juan mi esposo no estaba y a los niños tampoco los oía, pero su voz sonaba tan segura y cariñosa que al final me deje hacer.

No sé realmente porque, pero me costaba caminar y me dolía todo el cuerpo, así que cuando la desconocida, conocida me ofreció su brazo para ayudarme a caminar no se lo negué, al contrario me aferre a el, experimentando una extraña sensación cuando lo cogí, una mezcla de calor, suavidad, no sé, algo agradable me invadió, me hizo sentirme segura, alejo mi temor hacia ella, así que sonreí y le pregunte:

“Dime, guapa, ¿cómo te llamas?”
La señora me miro con lágrimas en los ojos y me contesto:

 “¡Ana, cariño, Ana! ¿Acaso no lo recuerdas?”

Al oír su nombre le sonreí y conteste:

 “¡Anda, que bien! como mi hija pequeña, tendrías que ver lo lista y  guapa que es”.

“Si, mama es muy guapa y lista”

Afirmo con una gran sonrisa, aunque el tono de su voz seguía siendo triste y seguía insistiendo con lo de la mama de las narices, aunque ya no le hacía caso, se le debía ir un poco la “olla” pero se la veía cariñosa y amable y me ofrecía seguridad, no me daba miedo, así que esperaría a Juan a ver si él la conocía.

Salimos a la terraza y hacía un sol espléndido, me encanta tomar el sol, sobre todo el de otoño e invierno y encima de la mesa había un desayuno para 2 preparado.

“Anda, vamos a desayunar, hoy hay tostadita con mermelada de fresa, que se yo que es la que más te gusta” dijo Ana.
“Gracias, Ana no deberías de haberte molestado, yo podría haberlo preparado para las 2, si me lo hubieses dicho, que para algo eres mi invitada” respondí, esperando a ver si me daba una pista de porque estaba en mi casa y conocía tanto de mi.

Desayunamos y me puse a tomar el sol sobre mi cara, esos rayos cálidos sobre mi rostro, me encanta esa sensación de calidez, de la calidez del sol de invierno; de repente Ana regreso con un álbum de fotos mías y de mi familia.

“¿Las vemos y me cuentas quien son las personas de las fotos?” me dijo con voz muy amable.

“¡Claro! le conteste al tiempo que abría y veía una foto de mis padres.

“¡Cuéntame! Cuéntame, la  historia esa del día que tu hermano se comió la caja de bombones laxantes de tu mama e iba de árbol en árbol casi sin darle tiempo de bajarse los pantalones” dijo con una gran sonrisa y haciéndome arrancar una tremenda carcajada, el cómo sabía esa historia no lo sé, pero se la conté riéndome sin parar y terminamos las dos riendo.

Seguí viendo las fotos y hablando sobre las personas, “esta es la tía Juana y su marido, ¡Mira! mi Ana que guapa estaba el día de su comunión ¿sabes que hizo con su traje?”.

“Si”, contesto y ante mi mirada interrogante empezó  esta vez a hablar ella, “ese día después de la comunión os fuisteis  a casa a comer y tu habías preparado la comida y de repente no me veías y empezaste a llamarme y cuando aparecí, aparecí de color azul, ya que me puse a jugar al escondite con los niños y me escondí dentro de un contenedor y casi te da un patatús”.

Volvimos a reír sin parar.

“Por cierto ¿Has visto a mi marido, Juan? Debe de ser muy tarde y tendré que hacer la comida”

“¡Mama!” su voz de repente se volvió triste,” ¡mama! ¿Acaso no recuerdas? Papa murió hace 7 años”

De repente el mundo me cayó encima, no sé porque, pero en ese momento me percate en mis manos, arrugadas, manchadas, viejas; ¿arrugadas, manchadas, viejas? Una infinidad de imágenes se agolpaban en mi mente, ¿reales, sueños? No entendía nada, todo era confuso, mi marido viejo, enfermo, mis hijos mayores, Ana mi hija, mis nietos y nietas… todo era una marea de ideas, pensamientos, todo era confuso.

“¿Ana?, hija eres tú, tú eres mi pequeña Ana” las lagrimas salían a borbotones y no podía pararlas, Ana se abrazo a mi llorando.

“Mama, mama, no sabes cuánto te echo de menos, ¡te necesitamos tanto!”

“¿Qué me pasa, qué me pasa?”

De nuevo mi niña me hablo dulcemente y me contó que tenía Alzheimer,  desde hacía unos años, que desde que murió Juan, nunca volví a ser la de antes, que mis hijos me querían y cuidaban todos los días, que a veces  de repente tenía periodos de lucidez; yo me prometí a mi misma que no olvidaría nada de lo ocurrido en este día y que al día siguiente volvería a pasar un día agradable con mi familia. Con ese propósito me acosté y le di un beso a Ana y sus hijos que habían venido a pasar la tarde conmigo, les di un beso, pero no era solo un beso, era una promesa de que no les olvidaría y de amor incondicional y con todo ello me dormí, recordando este día tan especial e inolvidable, el día que recupere la lucidez.

“¡Hola mama! ¡Buenos días preciosa!”

Ante esas suaves y cálidas palabras abrí los ojos y ante mi sorpresa vi a una señora de mediana edad acariciando mi cabello, de forma muy cariñosa, tremendamente cariñosa, tanto que pese a no conocer a  esta señora, solo pude sonreír y preguntarme quién sería.

Pero tampoco me importaba mucho, así que seguí con mi vida.

Juan, mi marido me sonreía y me llamaba, ya que estaba con mis niños; así que de nuevo sonreí y volvía con Juan y los peques mientras reíamos y corríamos por un campo repleto  de lindas y frágiles amapolas…



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