Paseando por Vilafranca del Penedes entramos a una chocolatería súper coqueta.
Después de disfrutar de un buen pedazo de pastel y un rico chocolate Blanca y yo
bajábamos las escaleras riendo por una de mis frases en valenciano que ella no entendía.
Entre tantas risas el personal de la chocolatería nos miraba y Blanca dijo.
- A veure, digues el que m'has dit (a ver, di lo que me has dicho)
-Torca la taula (limpia la mesa)
-Ja, ja, ja. Tu l’entens? (ja, ja, ja ¿tú la entiendes?)
Entre risas les explique lo que quería decir (ya que allí lo
dicen de otra manera). Entonces la dueña de la chocolatería me pregunto de que
zona de Valencia era y si conocía Benetuser. Al contestarle afirmativamente se
aventuró a preguntarme si quería conocer una historia de amor.
-Por supuesto; es más, me encanta escribir historias.
-Pues te cuento la historia de mi mamá y el señor Ramón.
Antes de la guerra Antonia una adolescente preciosa se
enamoró de Ramón otro joven que había venido a Cataluña a trabajar. Pronto se
hicieron novios y prometieron amor eterno; sin saber que la sombra negra de la
desgracia paseaba por sus cabezas al acecho no solo de su amor, sino de muchas
vidas y de muchos otros romances.
Corría el 1936 cuando estalló la guerra y Ramón tuvo que
irse a su pueblo y pronto sería llamado al frente.
Antonia y Ramón se prometieron ese día antes de partir, amor eterno y como
aquello no duraría mucho, volverse a encontrar en su barrio, enseguida que la
guerra acabara.
Por desgracia; muchas, demasiadas cosas ocurrieron, su padre
y su hermano fueron detenidos, dejando solas en casa a Antonia y su madre.
Solas en una época extraña, en un tiempo de penurias y miedos.
El día que les permitieron hablar con su padre, permaneció
en su memoria hasta el día de su propia muerte, nunca olvidaría la petición
desgarradora de su padre.
-Antonia, aunque eres casi una niña, la madre tiene que
buscar con quien casarte; estáis las 2 solas y no sé qué pasaría si os hicieran
algo. En casa se necesita un hombre que os proteja y que este de cabeza de
familia.
Antonia, sintió como su alma se desgarraba, apenas pudo
articular un “pero…” y calló. Su silencio estaba
repleto de lágrimas, de gritos de rabia e impotencia; sin embargo pese a su
juventud entendía que su padre tenía razón. Malos tiempos para todo el mundo
corrían, pero más para 2 mujeres solas, cuyos hombres estaban encarcelados.
Mamá le encontró pronto un esposo; aunque tenía más de 20
años que ella, Antonia no dijo nada y se casó.
Al tiempo de terminar la guerra un chico llamado Ramón volvió
cargado de ilusiones a Cataluña; ilusiones muertas en un instante; Antonia
embarazada de la que sería su única y querida hija salió a su encuentro y le
contó lo ocurrido.
Ramón loco de amor, intento convencerla para irse a Valencia
con él y formar una hermosa familia. Sin embargo ella no pudo abandonar al
hombre que tanto la quiso y respeto y con el corazón partido se despidió de su
gran amor.
Así creció su pequeña, se caso, tuvo hijos… y nunca sospecho nada.
-Un buen día, casi un año después de fallecer mi padre (esposo de Antonia) mi
madre me llamó y conto esta historia y añadió algo más.
-Hija, me enteré hace poco que Ramón había estado
buscándome, pues él también había enviudado y había regresado a mi barrio
buscándome, de pregunta en pregunta me encontró y ha venido a visitarme.
-Nunca había visto a mi madre colorada y con los ojos llenos
de un brillo tan hermoso. Siempre había visto un gran amor y respeto entre mis
padres y nunca sospeche de esta historia. Así pues accedía a conocer al señor
Ramón y fue un encuentro lleno de afecto y alegría. Poco tiempo después y
después de mucho insistir accedí a llevar a mi madre a Benetuser y pasar el día
en casa del señor Ramón. Ese día (principio de otros muchos) nos agasajo con
una paella para chuparse los dedos.
Así fue como cada 2 o 3 fines de semana mi madre me llamaba y decía:
-¿Nena, vais a algún sitio este sábado?
-No, mamá ¿pasa algo?
-¡Noooo! Solo era por si querías ir a
qué comiéramos una paellita.
-¡Vale, mamá! Quedamos para el sábado.
Al llegar ya estaba el señor Ramón en la puerta impaciente
cual adolescente esperando a mamá; se cogían de la mano respetuosamente y
comenzaban a hablar casi en la misma frase donde se habían quedado la última
vez.
Llegaba la tarde/noche y había que partir; y así lo hicimos durante mucho
tiempo, hasta que un día lluvioso mamá me dijo:
-Nena, está lloviendo mucho y a mí me da dolor de cabeza ¿Qué te parece si me quedo y el
sábado que viene vuelves a por mí?
Así lo hicimos y de forma casi imperceptible mamá comenzó a alargar sus
estancias hasta que ya no volvió con nosotros e hizo de aquel lugar su casa.
Aún recuerdo al señor Ramón paseando por el pueblo del brazo
de mamá unas veces y otras de la mano conmigo. Recuerdo su mirada cuando paseábamos
juntos, una mirada llena de amor y placidez; pienso que veía en mí a aquella
niña que podía haber sido suya y realmente así me hacía sentir.
Sentía todo el amor que ellos tenían y aunque me resultó
duro al principio, solo verlos mirándose era suficiente para ver todo el amor
que allí había. Un amor que perduró una guerra, décadas y kilómetros; un amor
invencible y eterno, un amor que se que incluso hoy si existe realmente un
cielo, seguirán viviendo.
¡Gracias mamá y Ramón por enseñarme que la eternidad existe y que solo está a un
viaje en coche!
Autora:
Rosa
Francés Cardona (Izha) |
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