viernes, 25 de junio de 2021

Muerto en la vida

 Juan ha sido y será mi gran amor. Eso es algo que tengo muy claro. Lo que ya no tenía tan claro era que el día que yo creí que era el más feliz de mi vida, en realidad fue el principio de la historia más triste de mi vida.

Ese día fue hace 7 años. Mis 17 años ¿cómo olvidar esa fecha? Las chicas riendo en el “pafeto” frente a una improvisada tarta con madalenas y una vela ¿vela? ¡ja, ja, ja! Más bien cirio de iglesia; y nunca mejor dicho, lo “arramblaron” de la iglesia de en frente del “pafeto” para celebrar mi “cumple” y entre las risas una voz cuasi de locutor de radio nos interrumpió.

-¡Eh, que yo también quiero tarta!

Al voltear mi cabeza, lo vi; era… ¡tan alto y tan guapo! Y encima se dirigía a mí.

Creo que desde ese momento ya no nos separamos nada más que para ir a dormir a casa. Nos hicimos inseparables; éramos “Pili y Mili” de la cuadrilla.
Realmente estaba pletórica de amor y sabía que era mutuo.

Nos encantaba salir de noche, bailar, ir con los amigos…
Aunque no sabría explicar cuando se torció todo y comenzamos a tontear con las drogas; de ser algo esporádico se convirtió en algo casi diario, que poco a poco nos apartó de nuestras amistades de siempre.

Por suerte, en casa se dieron cuenta de mi cambio y después de intentar hablar-razonar-gritar conmigo por activa y pasiva, acudieron a mi mejor amiga que entre sollozos les contó la verdad.

Aún, si cierro los ojos, veo a mis padres en el salón de casa esperándome y su charla-pelea; después de aquello me llevaron a casa de la tía Isabel. La tía Isabel vivía en un pueblo perdido de la mano de Dios con apenas 12 habitantes y sin nada cerca en menos de 20 km.

Para mí, fue como si me arrancaran una parte de mi; no pude despedirme de mi amor; aunque sí pude “dar las gracias” a Marga por su buena fe; creo que menos putX le dije de todo (pensándolo bien, seguramente también le dije eso y cosas peores).

El tiempo no pasaba; las primeras semanas no salía de la cama y no dejaba de llorar.

Poco a poco, la paciencia de la tía me hizo ser algo más activa; ella me mostró como cuidar del campo, de los animales, la casa... y con ella aprendí el valor de un buen trabajo.

El año de “destierro” paso; no voy a decir que rápido, pero paso; incluso me apenó dejar a la tía; pero la alegría por volver era tan grande, que nada podía empañarla. Sabía, estaba súper segura, que Juan me habría esperado y que su amor sería tan grande como el mío (nunca se me ocurrió pensar que hubiera conocido a alguien o que me hubiera olvidado; cosas de la edad creo).
Así pues cuando llegue a casa y después de pasar la “inspección y sermón” paterno-filial pude salir en busca de Juan.

Mi corazón latía de alegría ¡había pensado tanto en nuestro encuentro! ¡Mi boca fundiéndose en la suya, a la vez que me juraba amor eterno...!

Marga me esperaba en la calle:

-¡Paz, espera, no corras…tengo que advertirte…Juan…!
Nada más verla mi rabia broto y la empuje.

-¡Vete asquerosa, envidiosa, mala amiga!

Seguí corriendo hasta la plaza donde solíamos reunirnos los más jóvenes.

Solo verlo de espalda lo reconocí ¡tan alto! Corrí hasta él y me abracé a su espalda, a la vez que olía su cuerpo (ese cuerpo que tanto había deseado y añorado). Juan sobresaltado se dio la vuelta y…

-¿Quién narices te crees qué eres?

Su mirada, su mirada… estaba perdida; sus ojos enrojecidos; su cara demacrada…No parecía él. Rápidamente una chica con el mismo aspecto corrió a su lado y se pegó a él mientras lo "morreaba".

-Joan, amor ¿quién es esa loca? ¿Tía, tú de qué vas?

Juan me miró con esa mirada perdida, que no expresaba nada.

-Ni idea cari, una cría loca que creo que está obsesionada conmigo.

Mientras decía eso me apartaba de un empujón. ¡No podía creerlo!

Poco después pude saber que él había seguido tonteando con las drogas y que ahora estaba enganchado y no sabían cómo ayudarle; incluso sus padres en un último intento de hacerle reaccionar le habían echado de casa después que él les vendiese los objetos de valor de casa para seguir consumiendo.

Pasé unas semanas horribles intentado razonar con él sin éxito; llame a Marga y me disculpé, le di las gracias y llorando le pedí mil veces más perdón por haber dudado de su amistad. Ella me había salvado de terminar mal.

Pronto encontré trabajo en la cafetería de la Plaza y volví a mi vida “normal” saliendo con mis amigas, volviendo a reír y sin poder evitarlo enturbiándoseme la vista cada vez que le veía; pues la tristeza de verle a él, superaba el alivio de saber que yo podía estar a su lado en las mismas condiciones.

Aquel día empezó como uno más:

7:00 Am despertador

7:15 ducha

8:00 desayuno

8:30 de camino al trabajo

9:00 comienzo de mi jornada laboral

9:20 limpieza de terraza

9:20 nunca olvidaré esa hora. Allí apareció él. Colocado hasta las trancas.

-¡Paz, paz, mírame!

Gritaba como un poseso.

-¡Lo siento, lo siento, yo… perdóname, te quiero tan…!

Mientras, yo no sabía qué hacer, la gente miraba.

-Juan, no es lugar ni hora ¡Vete!

Sin previo aviso se desplomó sobre una mesa; sus ojos quedaron fijos en mí.

-¡Juan, Juan!

Juan dejó de reaccionar, permanecía inmóvil, allí, tirado, como un muñeco sin vida, su mirada por unos instante había cobrado su brillo original; para quedar de nuevo vidriosa y pérdida.

Una lágrima resbalaba por su mejilla. Había sido su último aliento y su última frase.

Cuando llegó la ambulancia solo estaba yo, abrazada a su cuerpo cubriéndole de lágrimas inconsolables y un puñado de curiosos que no sabían cómo reaccionar.

Ese día Juan murió. Posiblemente había muerto mucho tiempo antes; muerto en la vida, diría yo; y ese día despertó de su muerte para poder descansar en paz. Aunque según dictaminó el forense ese día murió por sobredosis.

Acupuntora, MTC, hipnosis, Dietética y Nutrición.


 

 

 

 

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