Tirada en la cocina no hacía más que llorar “en silencio”, pues sabía que si él la escuchaba volvería a chillarle y golpearle.
Ya no encontraba salida, desde el suelo alcanzó con su mano el cajón de cubiertos y a palpo encontró aquel cuchillo jamonero que apenas usaban nunca.
Allí sentada en silencio y con las lágrimas borrándole el maquillaje cortó sus venas.
Las imágenes pasaban por su cabeza:
El día que le conoció, como la besaba sin parar y le decía que no mirara a los otros chicos pues se moría de celos, como a ella le pareció encantador en ese momento; alguien tan guapo como él y trabajador se había fijado en ella y la amaba ¡se sentía tan afortunada!
Cuando se casaron…Cuando las chicas fueron a cortarle la liga para sortearla se puso furioso, nadie iba a ver las piernas de su mujer en público y menos a tocar una prenda íntima de ella… Ahora, en estos momentos se daba cuenta que aquello que a ella le pareció una prueba de amor, solo eran celos, celos sin fundamento y celos malditos.
Desde entonces todo empeoro: si salía tarde del trabajo, si sus compañeros eran hombres…Al final dejó el trabajo e hizo lo que toda mujer que se precie debe de hacer: cuidar su casa y su maridito.
Luego comenzó a contarle el dinero, a contar el tiempo que tardaba desde el súper a casa, a criticar si salía con sus amigas… Se quedó sin amigas y sin salir de casa.
Después comenzó a llamarla: gorda, vieja, arrugada, tetas caídas… Dejó de arreglarse.
y…¿Hoy? Hoy era su aniversario, hacía tiempo que no la golpeaba y ella como cada vez que sucedía creía en sus lágrimas, promesas y súplicas; ella creía realmente en su arrepentimiento, pensaba que la quería, que volvería a ser esa persona maravillosa que la enamoró; volvería a ser él; cuando ella supiera comportarse y cuidarle bien, cuando dejará de ser torpe y fuera como él se merecía.
Así pues al pasar por la tienda vio aquel vestido ¡tan sexi, tan ideal…! Que con lo que había sisado en mucho tiempo pudo ver que podía comprarlo y mientras él estaba en el trabajo se "escapó" y lo compró. Por primera vez en mucho tiempo se veía bonita; el vestido le acentuaba sus tal vez demasiadas curvas (aunque le gustaba) el escote en uve, le marcaba y resaltaba aquel pecho fofo y caído que él le repetía hasta la saciedad y parecía de repente, que tenía un pecho alto y precioso. Pudo incluso comprarse un rímel, una barata base de maquillaje e incluso aquella barra de labios rojos que solía llevar en su juventud.
Le esperaba muerta de ansias en casa, arreglada y temblorosa: él la vería y volvería a amarla como antes.
Para nada esperaba esta vez su reacción; esto no era como cuando se le olvidaba hacerle su postre favorito o cuando no le llegaba el dinero de la semana, no tenía suficiente para pagar el gas y tenía que pedirle, ni siquiera como cuando por su torpeza se rompía la lavadora o algo parecido.
Se quedó muerto al verla:
-¡Sucia ramera! ¿Qué haces vestida cómo una puta? ¿Esto es lo qué haces cuándo no estoy?
Gritaba enloquecido, mientras la arrastraba al baño y le lavaba la cara, no escuchaba sus súplicas ni explicaciones. Ese día la golpeó como nunca: sus labios no dejaban de sangrar, el ojo… había desaparecido entre tanto hinchazón, las patadas en su cuerpo dolían, dolían como nunca habían dolido.
Arrastrándose hasta la cocina, pudo llorar sin hacer ruido; era importante no enfadarle más; mientras oía sus lamentos:
-Estúpida ¿has visto lo que me has obligado hacer? Solo te pido respeto y ¿Qué haces tú? No mereces que nadie te quiera, bastante suerte tienes que un hombre como yo te mantenga ¡estúpida, inútil, cada día sirves para menos cosas!
¡Ya! No podía más, no sabía ser buena mujer, no valía para nada. Con el cuchillo en su mano, hizo un trazo horizontal, esperando terminar con todo, mirando brotar su sangre por una herida que esta vez no era de él, era suya propia. Por primera vez tenía algo suyo, algo que no le podía arrebatar: su herida.
Él entró en la cocina y la descubrió.
-¡Desgraciada, no sabes ni matarte! ¿No esperarás qué te lleve al hospital? ¡Así te desangres y mueras de asco, es lo único que mereces, vieja asquerosa!
A la par que le daba otra patada y se disponía a salir del habitáculo.
No sabe que paso por su cabeza, simplemente se vio de pie detrás de él con el cuchillo entre sus manos y sintiendo como se hundía en su piel.
Un cuchillazo, adiós arrugas; otro cuchillazo, adiós miedos; otra vez se hundía el filo en su piel, adiós palizas; otro cuchillazo, adiós insultos… Perdió la cuenta y tampoco recordaba cuando entró la policía.
La policía la encontró de pie, sangrando por la muñeca y por múltiples heridas más, con el cuchillo en su mano y a él; tirado en el suelo, 32 cuchilladas habían traspasado su cuerpo y con sus ojos abiertos, en total estupor (seguramente le pilló por sorpresa, nunca esperaría esto).
Pronto acudió una agente femenina que la arropó y la acercó al hospital.
En el juicio fue casi absuelta: defensa propia y enajenación mental transitoria.
Ahora sabía que necesitaba terapia, que el tiempo curaría estas heridas, incluso las de dentro, que son las que más cuestan.
Seis meses en un centro apropiado con tratamiento. Aunque pronto descubriría que las heridas del alma no curan en seis meses; necesitan años.
Sin embargo el sol comenzó a penetrar por cada una de sus heridas, llevando luz a su maltrecha alma, siendo una promesa de curación y autoperdón.
Acupuntora, MTC, hipnosis, Dietética y Nutrición. |
2 comentarios:
Ufff que fuerte!!!
Gracias por leer esta historia que tristemente puede ser real
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