lunes, 7 de octubre de 2019

El fantasma de Aiacor


Es noche cerrada; la luna se olvidó de salir hoy; como música de fondo suena una ligera brisa al romper sobre las hojas de los árboles y el sonido de las chicharras cada vez más alto, celebrando la calor del día y la que se antoja que hará esta noche.
Como cada noche salgo con mi perro a pasear, no me molesta la oscuridad y tampoco la soledad, estoy acompañada de mi gran danés.
No sé cuando ha cesado el viento, tampoco he percibido cuando las chicharras han dejado de cantar, solo veo que mi perro viene asustado hacia mí y llora lastimero.
Me acacho y mientras acaricio su cabeza con una mano, con la otra inspecciono sus patas, buscando algún pincho u otra causa de sus gimoteos.
Mientras estoy de cuclillas, pese a la calor, un escalofrío recorre mi cuerpo, Tim llora de nuevo más desconsolado y es entonces cuando soy consciente del gran silencio. No se oye nada, solo a Tim y mis palabras de consuelo.
Al fondo donde solo hay arbustos le distingo, es un hombre en el suelo; el estómago se me sube a la garganta, estoy asustada, no puedo dejar a esa persona tirada, ¿y si es alguien que quiere hacerme daño y esta fingiendo? ¿Y si está herido? No se mueve, no dice nada, Tim tiembla, más que yo.
Asustada, enciendo la luz del móvil y alumbro al hombre, aunque lejos distingo su cara manchada de ¿sangre? Sus ropas parecen antiguas y rotas, sigue sin moverse, no sé qué hacer, me asusta más el silencio, tal vez si él gritase, pidiese ayuda… no sé, algo… no estaría tan asustada.
Sigo caminando despacio, distingo algo más: su figura aunque acurrucada en el suelo, parece de una persona joven; llamo a gritos a la persona.
-¿Te pasa algo? ¿Necesitas ayuda?
Nada, sólo silencio, bueno, oigo los latidos de mi corazón, parece que va a explotar, me da miedo que él lo escuche y sepa que estoy asustada, le aviso que me acerco y que voy acompañada.
-¡Voy a ayudarte! En casa me esperan en 10m’, no tengas miedo del perro si no le digo nada él no muerde.
¡Madre mía, que no se dé cuenta que Tim está muerto de miedo, más que yo! Pienso, mientras alumbro la figura.
Súbitamente una figura femenina se acerca hacia él, cosa que me da algo de descanso, se agacha y le toca y… ¡Ya no está! ¿Dónde está ella? Mientras pienso esto… él se disuelve ante mis estupefactos ojos.
De nuevo suena la brisa, las cigarras, los sonidos de la noche; todo ha vuelto a la normalidad, Tim me lame las piernas y yo…
No sé qué ha pasado, no entiendo nada, no digo nada al llegar a casa, aunque  mi cara es un poema y habla por si sola.
Mi madre me mira y riendo suelta:
-¡Ja, ja, ja! Parece que hubieses visto a los fantasmas de la era.
-¿Fantasmas, qué fantasmas?
Alcanzo a contestar, intentando no demostrar demasiado interés.
-Pues cuales van a ser, los de el señorito Enric y la campesina…, no recuerdo como se llamaba ella. Pero esa historia te la he contado muchas veces y nunca me escuchas ¿a qué viene ahora tanto interés?
-No, sé, me apetece recordarla, no sé cuál es.
-Cuentan los viejos, que en Aiacor por la era, antiguamente, a principios del siglo pasado, habían muchos campos de cultivos y allí volteaban el cereal. El señorito paseaba frecuentemente por la zona y miraba las labores para que nadie hiciese el vago. Hasta que un día la vio, vio a la joven más bella que podía imaginar, Isabel, eso, se llamaba Isabel; y la llamó y allí mismo detrás de un arbusto la forzó, mientras los labriegos con los labios apretados callaban, por miedo a perder la vida. Isabel ya fue una desgraciada y apartada de los demás, pues no se fiaban de ella por ser la “querida” y además por ser una “fulana”, ella cada día estaba más triste, pues el señorito aparecía cuando quería y seguía forzándola una y otra vez, divertido y caprichoso se burlaba de ella y decía que tenía que estar agradecida que un “señor” como él se hubiese fijado con ella, una mujer simple y sin futuro.
Incluso las malas lenguas murmuraban que una niña había nacido fruto de esa relación y que Isabel para evitar la estigmación de la pequeña la había dado a una familia de labradores cercanos que no tenían hijos.
Isabel comenzó a perder la razón, pues nadie le hablaba y la trataban con desprecio, hasta que un día quedó con el señorito Enric al anochecer en la era, se aseguro que nadie lo supiese y que siquiera la luna pudiera ser testigo de aquel terrible encuentro. Aquel fatídico día de luna nueva acudió Enric vanagloriándose de su logro, pues creía domada a la fierecilla y la espero ansioso por poseer su cuerpo de nuevo, aunque esta vez ella se entregaría de forma voluntaria, ya olía su pelo, saboreaba su piel… cuando llegó ella y… sin saber de dónde una hoz secciono su yugular, no le dio tiempo a decir nada, su cuerpo inerte se desplomó ante ella. Isabel sin dudar un instante se dirigió hacia la era y se tiró al vació; sabía que la culparían y de todas formas aunque no lo hiciesen ella ya era una apestada. Así pues cuentan que las noches de luna nueva algunas personas han visto el cuerpo de Enric y el de Isabel que acude de nuevo para cerciorarse que está muerto.
-¡Mamá!
-¿Qué?
-¡He visto a Enric y a Isabel!
-Tranquila Isabel, lo sé.
Sonrío mi madre de forma pícara, como si guardase algún secreto más para ella misma.
Acupuntora, MTC, hipnosis, Dietética y Nutrición.

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