Un día más.
La despierto, la levanto, la lavo, la visto…
Una vez listas salimos al jardín (siempre fue su lugar
favorito), así que si no llueve desayuna siempre allí.
Pongo la mesa, sin prisa, siempre pongo flores (es otra manía
de cuando estaba bien, de la que no me he desprendido), preparo un rico café y
galletas. Ella se detiene en su olor; seguro que le trae recuerdos de algún
pasado mejor; luego sin prisa le añado las galletas al café y se lo doy.
-“¡Claro que si, ahora mismo me sirvo!” Ya sonríe aliviada, le
es incómodo tomar algo y verme allí sin tomar yo nada.
Acto seguido, como todos los días, acude raudo y veloz el
pequeño perro (mi hija se ha levantado ya y le ha abierto la puerta al jardín).
-“Guauuu, guauuu!” como un rayo pasa delante de mí, hacia ella,
se tira en sus brazos y la llena de “besos perrunos”.
-“¡Ja, ja, ja!” Ríe sin cesar “¿De dónde saliste tú?
El perro no le deja casi hablar, lengüetazo por doquier.
-“¡Señorita, señorita! ¿De dónde salió este perro?”
-“Ni idea, no lo sé. ¿No es suyo?”
-“¡Mío, ojalá fuese mío! Tuve uno igual. ¿Puedo quedarmelo? Te
llamaré Riki, yo tenía uno igual cuando era pequeña y así se llamaba.
Mientras el perro sigue con ella, a su lado, fiel como ningún
otro amigo, sigue dándole besos perrunos y esperando ansioso sus caricias
torpes, con sus manos enfermas y deformadas por los años y la enfermedad.
-“¡Claro que puedes quedártelo!” Esa frase despierta en ella a
su niña interior por unos instantes sus ojos rejuvenecen hasta la infancia y
brillan de alegría, la alegría de encontrar un ancla, un lugar/persona/perro
que le devuelva la alegría y que durante un tiempo le aparte de ese lugar
oscuro e inhóspito donde hace unos años que se perdió; por unos instantes
parece que vuelva a casa, su sonrisa es una sonrisa llena de amor, entonces
cada día en esos momentos la miro e intento retener en mi retina esos instantes
mágicos donde mi mamá es de nuevo ella, donde esa cárcel que es su mente parece
abrirse y liberarla para que de nuevo se enamore y sea feliz por unas horas.
Tim, cada día acude a su ritual y la colma de besos, la ama y
se deja amar; incluso ya hace meses que siquiera nos mira si le llamamos Tim,
solo acude a la llamada de Riki; no sé quién es más importante para quien.
Este es mi particular día de la marmota, un día triste y
mágico a la vez, donde por unos instantes dejo de ser la “señorita” para ser la
persona mágica que le permite reencontrarse con su Riki y volver a la tierra,
aunque solo sean unas horas. Es su único tiempo “lúcida” del día, luego poco a
poco vuelve a hundirse en su particular
mundo interior; sin embargo es entonces cuando Riki, se acurruca a su lado y no
la abandona, la lame, a la par que de vez en cuando se le escapa un gemido y
alza los ojos hacia ella.
Acupuntora, MTC, hipnosis, Dietética y Nutrición.
Redactora en: http://www.enbuenasmanos.com/
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