viernes, 5 de julio de 2019

Te esperé siempre


Aún hoy en el ocaso de mi vida, puedo cerrar los ojos y ver de nuevo aquel paisaje de vías entrelazadas de mi infancia; e incluso si aprieto fuertemente los ojos puedo oír palabras como: catenaria, entretraviesas, distribuidor de bornes, achaflanamiento de carriles y un montón de palabras más de las que ya he olvidado su significado, pero que a mis oídos suenan como música celestial; en realidad, suenan a sueños de infancia.
Así pensando en todo esto, acabo de darme cuenta de algo muy curioso; esta imagen en mi mente de vías entrelazadas, de vagones, de viajeros… llega a mi mente en blanco y negro, ¡me parece muy curioso! Es como si el tiempo hubiese borrado poco a poco su color, no por ello es una imagen triste; en realidad es una imagen nostálgica y llena de amor; una imagen en blanco y negro como la de los recuerdos de épocas pasadas, recuerdos de infancia donde los ojos inocentes de un niño no eran capaces de ver sufrimientos ni carencias.
Vivía con mis abuelos, mi abuela es de quien más recuerdos conservo; el abuelo José era recto, muy recto, demasiado recto. La abuela María era dulce y me quería con locura.
Con mis ojos aún cerrados la veo como si fuese hoy:
Cabello blanco recogido en un pequeño moño bajo; rostro cansado, arrugado, pero para mí de extrema belleza; mi abuela desprendía bondad; siempre vestida de negro con su delantalillo, su ropa extremadamente remendada, pero perfecta. Cada noche nos quitábamos la ropa y nos quedábamos en saya para que la abuela limpiase su vestido y el mío; pues como ella decía:
-¡Ana, ser pobre no es ser sucio! Que nadie pueda hablar mal de ti nunca, ni decir que vas sucia.
Así pues, con frío o calor, la abuela limpiaba el único vestido que teníamos; el de los domingos era solo para ocasiones especiales; en invierno nos quedábamos junto al fuego y la olla de agua caliente con cenizas, para devolverle a la ropa su color oscuro y dentro la ropa que luego tendería junto al fuego para poder vestirnos por la mañana. Rememoro el olor a leña de mi ropa, aquel olor que entonces no me gustaba, hoy me huele al perfume más caro del mundo; el del amor, de mi pobres abuelos por mí, ese que nunca se puede comprar con dinero.
Una, vez amanecido iba algún día al cole, la abuela decía que tenía que aprender a leer, que era muy importante -¡cuánta razón tenía y que poca importancia le dábamos en ese tiempo a los estudios!- ella sabía leer cosa rara en esos años, lo curioso es que solo sabía leer letra de imprenta, no la escrita a mano.
Hoy miro a mis nietos ¡tan pequeños! Y pienso que cuando tenía 5 años mi abuela me enviaba a cuidar niños a cambio de una merienda y a lavar los platos a casa de algunas familias a cambio de un plato de caliente. Veo a mi nieto de 10 años y lo encuentro tan pequeño, tan frágil y me pregunto cómo han cambiado tanto las cosas.
A cambio de un plato de comida, limpiaba y cuidaba niños más pequeños que yo; sin embargo no es que mi abuela fuese una tirana, es lo que había en aquellos tiempos de carencias, después de una guerra que nos sumió en la pobreza ¡bueno, no sé si nos sumió, en realidad, para mí era lo que había, no había conocido otra cosa!
Mi abuelo estaba todo el día haciendo jornales para poder subsistir y mi abuela además limpiaba y con todo eso solo podíamos subsistir.
Nuestra casa era humilde, no, lo siguiente; una bombilla alumbraba toda la estancia (y las menos horas posibles, pues era un lujo), un pequeño fuego servía para calentarnos y para hacer la comida y múltiples agujeros hacían que el aire y la luz de la calle entrarán por doquier; mi abuela todos los sábados ponía un caldero de cal y arreglaba los agujeros y encalaba la casa, para que luciera blanca y bonita.
La recuerdo siempre trabajando, con su sonrisa, sin quejarse de nada.
Todas las noches a la hora de dormir me arropaba y me contaba “mi cuento”.
-¡Cuéntame abuela, donde esta mama!
-Tu mama, cariño, partió a hacer las Américas, te dejo conmigo con todo el dolor de su corazón y partió en un gran barco; surco el mar durante meses, vio ballenas, que son unos enormes peces en los que cabe un tranvía entero y una vez allí un príncipe indio quedo prendado de su gran belleza y de sus cabellos largos y rojos y se caso con ella; ahora ella es la reina junto con su marido y cuando tengan mucho, mucho oro, vendrán a por ti y tú serás la princesa de la más grande y temida tribu americana.
Con todo el oro comprarán un gran barco y con toda la tribu vendrán a España, una vez aquí cogerán el primer tren y todos vendrán cargados de los más hermosos regalos a por su hermosa princesa.
¡Imagina que fiesta más grande y preciosa cariño!
Pronto quedaba dormida y soñaba con los indios, con mi mama reina y me imaginaba  a ese  robusto y hermoso indígena como mi papa, pues al mío no lo conocí.
Cada día recordaba cuando me trajo a Valencia, y desde la estación llegamos a casa de mi abuela, me presento a mis abuelos y me dijo:
-Espérame un rato en la calle.
Después de una acalorada discusión mi mamá salió y me dio un beso.
-Quédate con la abuela, mamá vendrá pronto a por ti.
Aún la recuerdo camino de la estación, con una pequeña maleta, labios rojos, hermosa falta tipo lápiz, una impecablemente blanca camisa y sobre todo su hermosa cabellera roja, roja como el más bello amanecer, como un fuego ardiente en medio de una pradera; su cabello brillaba bajo los reflejos del sol, mientras andaba sin mirar atrás siquiera una vez más.
Desde entonces, acudía cada día a la estación, miraba a los pasajeros que llegaban de los trenes de larga distancia, por si había llegado mi mama.
Preguntaba a los conductores del tren, a los empleados, a los revisores…
Nadie sabía decirme sobre una reina india, con cabellos rojo fuego y de su séquito.
En aquellos andenes, pase parte de mi vida, esperando a alguien que nunca llegó, todos los empleados de la estación me conocían y a veces compartían conmigo un poco de manzanilla caliente en invierno, mientras hablaban de sus cosas y escuchaban mis fantasías.
Muchos años después, ya adulta, me entere de toda la verdad.
Mis pobres y humildes abuelos, tenían una sola y hermosa hija; su ojito derecho, sin embargo esa hija, resultó ser ambiciosa y envidiosa, quería aquello que ellos no podían darle, así que se lió con el “señor” de la casa donde ella trabajaba como interna y quedó embarazada, con la esperanza de ser la señora de la casa, con lo que no contaba ella era que la echaran a la calle con un poco de dinero para mantener a la criatura y que bajo la norma de no volver; ella no obstante cuando se gasto todo el dinero, chantajeó durante un tiempo al señor, hasta que este confeso la verdad a la mujer. ¡Y, como no! En aquellos días pasos lo que tenía que pasar; su mujer lo perdonó.
Así que sin dinero, hermosa aún y llena de ambiciones, solo le molestaba una cosa “un paquete” que le impedía llevar su vida.
La única solución que le vino a la cabeza, fue dejar “el paquete” a sus padres y si estos no lo querían pues otra opción sería dejarlo en una institución, en aquellos tiempos después de la guerra no era nada fuera de lo común.
Mis pobres abuelos y amargados, por todo el escándalo de su hija, no podían aceptar una niña, diminuta y legañosa, sin enfrentarse a todas las habladurías del pueblo; mi abuela solo pensaba que podría parle de comer a esa niña, si ellos apenas subsistían, encima cuando todo se supiese en el pueblo podrían perder el trabajo.
Ante la visión de aquella niña desamparada, que era yo y sabiendo cual sería su destino, los abuelos decidieron criarme como si fuese su hija y realmente hicieron bien su trabajo, nunca me considere menos que otras niñas, nunca me faltó cariño y la poca comida que había era principalmente para mí.
Nunca hablo mal de mi madre, es decir de su hija; siempre me contó como me quería, lo guapa y buena que era, como enviaba dinero desde América…
¡Mentiras, piadosas y llenas de amor, sin embargo, mentiras!
Gracias a ellas mi infancia fue feliz; en realidad no es así, mi infancia fue feliz gracias al sacrificio de mis abuelos; al amor que fueron capaces de darme; a su renuncia de lo poco que tenían para compartirlo conmigo; a como escondían del dolor que les causaba su hija, para que yo no sufriera.
Muchos años después supe de ella, digo ella, pues decir hoy mamá, me parece casi un chiste, mi mamá y mi papá se llamaban: yaya y yayo.
Supe que ciertamente hizo las Américas, que ciertamente estuvo en un gran barco durante meses, hasta que llego a su destino; aunque no existió ningún hijo de ningún rey, ni ningún príncipe, ni tribu, ni nada similar.
Si, encontró marido allí y formo una familia, nunca se acordó de sus padres ni de su hija; mi abuela se canso de enviarle cartas y cartas e incluso alguna foto mía y de decirle lo apurada que estaba y que enviase algo para que pudiese comer la “niña” y ella apenas contesto una decena de veces; diciendo que estaba muy bien y que era muy feliz. Como si yo fuese solo un mal sueño y no existiese.
¿Cómo  puede una madre olvidar a su hija?
No dejo de pregúntame hoy esto, miro a mis hijos y el amor se expande, ¿cómo una madre puede olvidar ese amor?
De todas formas ya poco o nada importa, apenas se cruza en mis pensamientos.
Hoy en el ocaso de mi vida solo cierro los ojos y veo un emparamado de vías de tren y me veo a mi misma esperando a mi mama, ahora con los ojos cerrados y tranquila en el silencio de la noche, escuchó a lo lejos el silbido del tren, cada vez más cerca; hasta que lo alcanzo a vislumbrar difuminado en blanco y negro, como los sueños de la infancia, sin embargo este tren hoy llega a las estación y de ella se baja mi mama:
-¡Yaya, yaya!
-Cariño vengo a llevarte conmigo a un lugar donde como te prometí tú serás la princesa y mamá será la reina.
-¿Mamá? Yaya tú eres mi mamá, tú eres la reina de mi país de ensueño, tú y el yayo.
Digo mientras subo al tren que parte por última vez de este andén hacia su destino.
De repente esa imagen impresa en mi mente durante tantas décadas en blanco y negro comienza a tomar color; un color alegre y lleno de vida, como nunca antes la había tenido.
No me pregunto que pasara con mis hijos, sé que están bien.
Parto hacia mi destino, sin mirar una vez más atrás, mi país de ensueño está junto a ellos, en sus brazos amorosos y sé que allí esperaré a mis amados hijos, sin prisa y feliz.

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