Aún
hoy en el ocaso de mi vida, puedo cerrar los ojos y ver de nuevo aquel paisaje
de vías entrelazadas de mi infancia; e incluso si aprieto fuertemente los ojos
puedo oír palabras como: catenaria, entretraviesas, distribuidor de bornes,
achaflanamiento de carriles y un montón de palabras más de las que ya he
olvidado su significado, pero que a mis oídos suenan como música celestial; en
realidad, suenan a sueños de infancia.
Así
pensando en todo esto, acabo de darme cuenta de algo muy curioso; esta imagen en
mi mente de vías entrelazadas, de vagones, de viajeros… llega a mi mente en
blanco y negro, ¡me parece muy curioso! Es como si el tiempo hubiese borrado
poco a poco su color, no por ello es una imagen triste; en realidad es una
imagen nostálgica y llena de amor; una imagen en blanco y negro como la de los
recuerdos de épocas pasadas, recuerdos de infancia donde los ojos inocentes de
un niño no eran capaces de ver sufrimientos ni carencias.
Vivía
con mis abuelos, mi abuela es de quien más recuerdos conservo; el abuelo José
era recto, muy recto, demasiado recto. La abuela María era dulce y me quería
con locura.
Con
mis ojos aún cerrados la veo como si fuese hoy:
Cabello
blanco recogido en un pequeño moño bajo; rostro cansado, arrugado, pero para mí
de extrema belleza; mi abuela desprendía bondad; siempre vestida de negro con
su delantalillo, su ropa extremadamente remendada, pero perfecta. Cada noche
nos quitábamos la ropa y nos quedábamos en saya para que la abuela limpiase su
vestido y el mío; pues como ella decía:
-¡Ana,
ser pobre no es ser sucio! Que nadie pueda hablar mal de ti nunca, ni decir que
vas sucia.
Así
pues, con frío o calor, la abuela limpiaba el único vestido que teníamos; el de
los domingos era solo para ocasiones especiales; en invierno nos quedábamos
junto al fuego y la olla de agua caliente con cenizas, para devolverle a la
ropa su color oscuro y dentro la ropa que luego tendería junto al fuego para
poder vestirnos por la mañana. Rememoro el olor a leña de mi ropa, aquel olor
que entonces no me gustaba, hoy me huele al perfume más caro del mundo; el del
amor, de mi pobres abuelos por mí, ese que nunca se puede comprar con dinero.
Una,
vez amanecido iba algún día al cole, la abuela decía que tenía que aprender a
leer, que era muy importante -¡cuánta razón tenía y que poca importancia le
dábamos en ese tiempo a los estudios!- ella sabía leer cosa rara en esos años,
lo curioso es que solo sabía leer letra de imprenta, no la escrita a mano.
Hoy
miro a mis nietos ¡tan pequeños! Y pienso que cuando tenía 5 años mi abuela me
enviaba a cuidar niños a cambio de una merienda y a lavar los platos a casa de
algunas familias a cambio de un plato de caliente. Veo a mi nieto de 10 años y
lo encuentro tan pequeño, tan frágil y me pregunto cómo han cambiado tanto las
cosas.
A
cambio de un plato de comida, limpiaba y cuidaba niños más pequeños que yo; sin
embargo no es que mi abuela fuese una tirana, es lo que había en aquellos
tiempos de carencias, después de una guerra que nos sumió en la pobreza ¡bueno,
no sé si nos sumió, en realidad, para mí era lo que había, no había conocido
otra cosa!
Mi
abuelo estaba todo el día haciendo jornales para poder subsistir y mi abuela
además limpiaba y con todo eso solo podíamos subsistir.
Nuestra
casa era humilde, no, lo siguiente; una bombilla alumbraba toda la estancia (y
las menos horas posibles, pues era un lujo), un pequeño fuego servía para
calentarnos y para hacer la comida y múltiples agujeros hacían que el aire y la
luz de la calle entrarán por doquier; mi abuela todos los sábados ponía un
caldero de cal y arreglaba los agujeros y encalaba la casa, para que luciera
blanca y bonita.
La
recuerdo siempre trabajando, con su sonrisa, sin quejarse de nada.
Todas
las noches a la hora de dormir me arropaba y me contaba “mi cuento”.
-¡Cuéntame
abuela, donde esta mama!
-Tu
mama, cariño, partió a hacer las Américas, te dejo conmigo con todo el dolor de
su corazón y partió en un gran barco; surco el mar durante meses, vio ballenas,
que son unos enormes peces en los que cabe un tranvía entero y una vez allí un
príncipe indio quedo prendado de su gran belleza y de sus cabellos largos y
rojos y se caso con ella; ahora ella es la reina junto con su marido y cuando
tengan mucho, mucho oro, vendrán a por ti y tú serás la princesa de la más
grande y temida tribu americana.
Con
todo el oro comprarán un gran barco y con toda la tribu vendrán a España, una
vez aquí cogerán el primer tren y todos vendrán cargados de los más hermosos
regalos a por su hermosa princesa.
¡Imagina
que fiesta más grande y preciosa cariño!
Pronto
quedaba dormida y soñaba con los indios, con mi mama reina y me imaginaba a ese robusto y hermoso indígena como mi papa, pues
al mío no lo conocí.
Cada
día recordaba cuando me trajo a Valencia, y desde la estación llegamos a casa
de mi abuela, me presento a mis abuelos y me dijo:
-Espérame
un rato en la calle.
Después
de una acalorada discusión mi mamá salió y me dio un beso.
-Quédate
con la abuela, mamá vendrá pronto a por ti.
Aún
la recuerdo camino de la estación, con una pequeña maleta, labios rojos,
hermosa falta tipo lápiz, una impecablemente blanca camisa y sobre todo su
hermosa cabellera roja, roja como el más bello amanecer, como un fuego ardiente
en medio de una pradera; su cabello brillaba bajo los reflejos del sol,
mientras andaba sin mirar atrás siquiera una vez más.
Desde
entonces, acudía cada día a la estación, miraba a los pasajeros que llegaban de
los trenes de larga distancia, por si había llegado mi mama.
Preguntaba
a los conductores del tren, a los empleados, a los revisores…
Nadie
sabía decirme sobre una reina india, con cabellos rojo fuego y de su séquito.
En
aquellos andenes, pase parte de mi vida, esperando a alguien que nunca llegó,
todos los empleados de la estación me conocían y a veces compartían conmigo un
poco de manzanilla caliente en invierno, mientras hablaban de sus cosas y
escuchaban mis fantasías.
Muchos
años después, ya adulta, me entere de toda la verdad.
Mis
pobres y humildes abuelos, tenían una sola y hermosa hija; su ojito derecho,
sin embargo esa hija, resultó ser ambiciosa y envidiosa, quería aquello que
ellos no podían darle, así que se lió con el “señor” de la casa donde ella
trabajaba como interna y quedó embarazada, con la esperanza de ser la señora de
la casa, con lo que no contaba ella era que la echaran a la calle con un poco
de dinero para mantener a la criatura y que bajo la norma de no volver; ella no
obstante cuando se gasto todo el dinero, chantajeó durante un tiempo al señor,
hasta que este confeso la verdad a la mujer. ¡Y, como no! En aquellos días
pasos lo que tenía que pasar; su mujer lo perdonó.
Así
que sin dinero, hermosa aún y llena de ambiciones, solo le molestaba una cosa “un
paquete” que le impedía llevar su vida.
La
única solución que le vino a la cabeza, fue dejar “el paquete” a sus padres y
si estos no lo querían pues otra opción sería dejarlo en una institución, en
aquellos tiempos después de la guerra no era nada fuera de lo común.
Mis
pobres abuelos y amargados, por todo el escándalo de su hija, no podían aceptar
una niña, diminuta y legañosa, sin enfrentarse a todas las habladurías del
pueblo; mi abuela solo pensaba que podría parle de comer a esa niña, si ellos
apenas subsistían, encima cuando todo se supiese en el pueblo podrían perder el
trabajo.
Ante
la visión de aquella niña desamparada, que era yo y sabiendo cual sería su
destino, los abuelos decidieron criarme como si fuese su hija y realmente
hicieron bien su trabajo, nunca me considere menos que otras niñas, nunca me
faltó cariño y la poca comida que había era principalmente para mí.
Nunca
hablo mal de mi madre, es decir de su hija; siempre me contó como me quería, lo
guapa y buena que era, como enviaba dinero desde América…
¡Mentiras,
piadosas y llenas de amor, sin embargo, mentiras!
Gracias
a ellas mi infancia fue feliz; en realidad no es así, mi infancia fue feliz
gracias al sacrificio de mis abuelos; al amor que fueron capaces de darme; a su
renuncia de lo poco que tenían para compartirlo conmigo; a como escondían del
dolor que les causaba su hija, para que yo no sufriera.
Muchos
años después supe de ella, digo ella, pues decir hoy mamá, me parece casi un
chiste, mi mamá y mi papá se llamaban: yaya y yayo.
Supe
que ciertamente hizo las Américas, que ciertamente estuvo en un gran barco durante
meses, hasta que llego a su destino; aunque no existió ningún hijo de ningún
rey, ni ningún príncipe, ni tribu, ni nada similar.
Si,
encontró marido allí y formo una familia, nunca se acordó de sus padres ni de
su hija; mi abuela se canso de enviarle cartas y cartas e incluso alguna foto
mía y de decirle lo apurada que estaba y que enviase algo para que pudiese
comer la “niña” y ella apenas contesto una decena de veces; diciendo que estaba
muy bien y que era muy feliz. Como si yo fuese solo un mal sueño y no existiese.
¿Cómo puede una madre olvidar a su hija?
No
dejo de pregúntame hoy esto, miro a mis hijos y el amor se expande, ¿cómo una
madre puede olvidar ese amor?
De
todas formas ya poco o nada importa, apenas se cruza en mis pensamientos.
Hoy
en el ocaso de mi vida solo cierro los ojos y veo un emparamado de vías de tren
y me veo a mi misma esperando a mi mama, ahora con los ojos cerrados y
tranquila en el silencio de la noche, escuchó a lo lejos el silbido del tren,
cada vez más cerca; hasta que lo alcanzo a vislumbrar difuminado en blanco y
negro, como los sueños de la infancia, sin embargo este tren hoy llega a las
estación y de ella se baja mi mama:
-¡Yaya,
yaya!
-Cariño
vengo a llevarte conmigo a un lugar donde como te prometí tú serás la princesa
y mamá será la reina.
-¿Mamá?
Yaya tú eres mi mamá, tú eres la reina de mi país de ensueño, tú y el yayo.
Digo
mientras subo al tren que parte por última vez de este andén hacia su destino.
De
repente esa imagen impresa en mi mente durante tantas décadas en blanco y negro
comienza a tomar color; un color alegre y lleno de vida, como nunca antes la
había tenido.
No
me pregunto que pasara con mis hijos, sé que están bien.
Parto
hacia mi destino, sin mirar una vez más atrás, mi país de ensueño está junto a
ellos, en sus brazos amorosos y sé que allí esperaré a mis amados hijos, sin
prisa y feliz.
Acupuntora, MTC, hipnosis, Dietética y Nutrición.
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