Según cuentan las antiguas
leyendas, en los albores del tiempo, cuando el hombre fue hombre, convivió con
otras especies similares y entre ellas destacaban los gigantes.
Cuentan, que ellos
dominaban el arte del comercio, de la metalurgia, de los encantamientos y conocían
el poder de las raíces y plantas.
Nuestros ancestros
convivían en perfecta armonía con ellos, pese a la gran diferencia de tamaño y
fuerza.
Sin embargo en cuando
llegaron tiempos de escasez, algunos gigantes de la tribu de Anak empezaron a
abusar de su fuerza y esclavizar a los humanos, haciendo que estos realizaran
todas las labores y les alimentarán a cambio de su vida; cuando se enfurecían
aprovechaban para comerse a algún humano, logrando así asustarlos cada vez más
y esclavizarlos.
Poco a poco, descubrieron
que podían hacer uso de su supremacía, su fuerza bruta y los antes amables y
amigables gigantes, se convirtieron en salvajes, crueles y sádicos sin piedad.
Capaces de matar solo por
placer, los humanos cada día estaban más asustados, excepto unos pocos que
habían huido y se refugiaban en los bosques. Estos luchaban sin descanso para
poder liberar a sus compatriotas.
El desaire de los gigantes
y su deshumanización se hizo tan patente que casi lograron exterminar a la raza
humana.
Gaia, la madre tierra
estaba triste y exhausta; pues cada día sus ríos y tierras se teñían con la
sangre de inocentes, solo para dar
placer a los gigantes.
Cada día más triste y
menos fértil Gaia sufría en sus carnes el daño que recibían los humanos.
Los Anakitas disfrutaban
cada vez más de su crueldad y directamente mataban, descuartizaban, encerraban…
solo por placer y maldad. Su corazón teñido de sangre, se convirtió en un
piedra dura.
Ya al borde del exterminio
la humanidad rezaba y pedía amparo y auxilio.
Gaia enfurecida, sumió al
mundo en tinieblas, la oscuridad fue total por 7 días; el viento aullaba sin
parar, un manto espeso de nubes cubrió la ciudad de los gigantes y el silencio
reino por 7 días.
Los antaño conocedores y
respetuosos del poder de Gaia, embravecidos y exultantes de poder y sangre se rieron y regodearon; haciendo caso omiso de la madre tierra.
Incluso sus sacerdotes
osaron hacer sacrificios humanos, invitando al resto de gigantes a bañarse y
beber la sangre de inocentes.
En ese instante un rayo
surcó el cielo y el trueno ensordeció la tierra.
Empezó una lluvia de
piedras candentes que parecía no tener fin.
Las piedras caían sobre
los gigantes, impidiendoles avanzar y convirtiendo sus movimientos, en lentos y
pesados; hasta caer al suelo cubiertos de fuego.
Los humanos que quedaban
estaban escondidos en el fondo de una cueva y durante semanas no salieron de su
oscuridad, temerosos de la furia de Gaia.
Cuando los humanos
salieron temerosos y cautelosos, solo escucharon el ruido de los pájaros y el de los arroyos fluir.
No vieron ningún gigante,
no obstante vieron algo que nunca habían visto: las primeras montañas.
Gaia convirtió a aquellos
seres sin piedad en piedra, para que fueran pisoteados y arrancados a trozos
como lo fueron los humanos.
Y allí continuarán por los
siglos hasta que aprendan la lección.
Por eso cuando mires una
montaña, no te sorprenda si en ella puedes adivinar la figura de un gigante, o
tal vez su cara o su torso.
Ellos siguen allí para escarnio
y lección.
Pensemos en ello, cuando
mires al horizonte y vislumbres una cara en la montaña.
¡No es tu imaginación, no
es una pareidolia, es real!
Y recuerda que Gaia, debe de ser respetada y amada.
Autora: Rosa Francés Cardona (Izha)
Acupuntora, MTC, hipnosis, Dietética y Nutrición.
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