lunes, 20 de junio de 2022

La eternidad esta a un viaje en coche

Paseando por Vilafranca del Penedes entramos a una chocolatería súper coqueta.
Después de disfrutar de un buen pedazo de pastel y un rico chocolate Blanca y yo
bajábamos las escaleras riendo por una de mis frases en valenciano que ella no entendía. 
Entre tantas risas el personal de la chocolatería nos miraba y Blanca dijo.
- A veure, digues el que m'has dit (a ver, di lo que me has dicho)
-Torca la taula (limpia la mesa)
-Ja, ja, ja. Tu l’entens? (ja, ja, ja ¿tú la entiendes?)

Entre risas les explique lo que quería decir (ya que allí lo dicen de otra manera). Entonces la dueña de la chocolatería me pregunto de que zona de Valencia era y si conocía Benetuser. Al contestarle afirmativamente se aventuró a preguntarme si quería conocer una historia de amor.

-Por supuesto; es más, me encanta escribir historias.

-Pues te cuento la historia de mi mamá y el señor Ramón.

Antes de la guerra Antonia una adolescente preciosa se enamoró de Ramón otro joven que había venido a Cataluña a trabajar. Pronto se hicieron novios y prometieron amor eterno; sin saber que la sombra negra de la desgracia paseaba por sus cabezas al acecho no solo de su amor, sino de muchas vidas y de muchos otros romances.

Corría el 1936 cuando estalló la guerra y Ramón tuvo que irse a su pueblo y pronto sería llamado al frente.
Antonia y Ramón se prometieron ese día antes de partir, amor eterno y como aquello no duraría mucho, volverse a encontrar en su barrio, enseguida que la guerra acabara.

Por desgracia; muchas, demasiadas cosas ocurrieron, su padre y su hermano fueron detenidos, dejando solas en casa a Antonia y su madre. Solas en una época extraña, en un tiempo de penurias y miedos.

El día que les permitieron hablar con su padre, permaneció en su memoria hasta el día de su propia muerte, nunca olvidaría la petición desgarradora de su padre.

-Antonia, aunque eres casi una niña, la madre tiene que buscar con quien casarte; estáis las 2 solas y no sé qué pasaría si os hicieran algo. En casa se necesita un hombre que os proteja y que este de cabeza de familia.

Antonia, sintió como su alma se desgarraba, apenas pudo articular un pero…” y calló. Su silencio estaba repleto de lágrimas, de gritos de rabia e impotencia; sin embargo pese a su juventud entendía que su padre tenía razón. Malos tiempos para todo el mundo corrían, pero más para 2 mujeres solas, cuyos hombres estaban encarcelados.

Mamá le encontró pronto un esposo; aunque tenía más de 20 años que ella, Antonia no dijo nada y se casó.

Al tiempo de terminar la guerra un chico llamado Ramón volvió cargado de ilusiones a Cataluña; ilusiones muertas en un instante; Antonia embarazada de la que sería su única y querida hija salió a su encuentro y le contó lo ocurrido.

Ramón loco de amor, intento convencerla para irse a Valencia con él y formar una hermosa familia. Sin embargo ella no pudo abandonar al hombre que tanto la quiso y respeto y con el corazón partido se despidió de su gran amor.

Así creció su pequeña, se caso, tuvo hijos y nunca sospecho nada.
-Un buen día, casi un año después de fallecer mi padre (esposo de Antonia) mi madre me llamó y conto esta historia y añadió algo más.

-Hija, me enteré hace poco que Ramón había estado buscándome, pues él también había enviudado y había regresado a mi barrio buscándome, de pregunta en pregunta me encontró y ha venido a visitarme.

-Nunca había visto a mi madre colorada y con los ojos llenos de un brillo tan hermoso. Siempre había visto un gran amor y respeto entre mis padres y nunca sospeche de esta historia. Así pues accedía a conocer al señor Ramón y fue un encuentro lleno de afecto y alegría. Poco tiempo después y después de mucho insistir accedí a llevar a mi madre a Benetuser y pasar el día en casa del señor Ramón. Ese día (principio de otros muchos) nos agasajo con una paella para chuparse los dedos.
Así fue como cada 2 o 3 fines de semana mi madre me llamaba y decía:
-¿Nena, vais a algún sitio este sábado?
-No, mamá ¿pasa algo?
-¡Noooo! Solo era por si querías ir  a qué comiéramos una paellita.
-¡Vale, mamá! Quedamos para el sábado.

Al llegar ya estaba el señor Ramón en la puerta impaciente cual adolescente esperando a mamá; se cogían de la mano respetuosamente y comenzaban a hablar casi en la misma frase donde se habían quedado la última vez.
Llegaba la tarde/noche y había que partir; y así lo hicimos durante mucho tiempo, hasta que un día lluvioso mamá me dijo:
-Nena, está lloviendo mucho y a mí me da dolor de cabeza
¿Qué te parece si me quedo y el sábado que viene vuelves a por mí?
Así lo hicimos y de forma casi imperceptible mamá comenzó a alargar sus estancias hasta que ya no volvió con nosotros e hizo de aquel lugar su casa.

Aún recuerdo al señor Ramón paseando por el pueblo del brazo de mamá unas veces y otras de la mano conmigo. Recuerdo su mirada cuando paseábamos juntos, una mirada llena de amor y placidez; pienso que veía en mí a aquella niña que podía haber sido suya y realmente así me hacía sentir.

Sentía todo el amor que ellos tenían y aunque me resultó duro al principio, solo verlos mirándose era suficiente para ver todo el amor que allí había. Un amor que perduró una guerra, décadas y kilómetros; un amor invencible y eterno, un amor que se que incluso hoy si existe realmente un cielo, seguirán viviendo.
¡Gracias mamá y Ramón por enseñarme que la eternidad existe y que solo está a un viaje en coche!

Autora: Rosa Francés Cardona (Izha)
Acupuntora, MTC, hipnosis, Dietética y Nutrición.
Regente de la Herboristería Herbasana de Canals (Valencia).
Tienda on-line: http://herboristeriaherbasana.es/

 


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