Si hecho la vista atrás recuerdo perfectamente cuando empezaron
los sueños, lo que no sé es que los desencadeno.
Dormía tranquilamente cuando escuche mi voz gritar:
-
¡Despierta, despierta a Amla! ¡Amla despierta!
A la par que gritaba, veía a una joven encerrada en una urna
de cristal; cual princesa de cuento; ojos cerrados, labios rojos y carnosos y extremadamente
hermosa; aunque sus facciones me eran familiares.
Mientras ella yacía, a su
alrededor se sucedían todo tipo de escenas dantescas; niños golpeados,
llorando; asesinatos; guerras, dolor, llanto, gritos…
Desperté sobresaltada, nerviosa y llena de sudor.
Ese fue el comienzo de una sucesión de sueños en los que la
bella muchacha, permanecía ajena a todo en su urna de cristal y a su alrededor
sucedían toda clase de desgracias y mi voz al fondo gritando una y otra vez:
-
¡Despierta, despierta a Amla! ¡Amla despierta!
Periódicamente se repetía el mismo sueño y yo amanecía
angustiada, cansada y con ganas de llorar, al ver tanto sufrimiento y tanto
dolor; pero sobre todo me encontraba impotente y vacía.
No recuerdo cuanto empezó el chico de los recados a ser
Jorge, ni cuando empecé a interesarme por su hija enferma.
Ni cuando paso el:
-¡Oye, acércame uno solo con
leche!
A:
-¡Pepi, cuando puedas me acercas
un café! ¿Qué tal en casa? ¿Encontró tu papa empleo? ¡Pásame un CV!
O cuando cambio el:
-¡Buenos días!
Del ascensor, forzado, cuando me cruzaba con la rara de mi
vecina a:
-¡Hola! Yo soy tu vecina, si
necesitas algo, solo tienes que decírmelo.
Ni recuerdo cuando empecé a hablar y hacer amigas, solo sé
que poco a poco mis sueños se espaciaban y mi personalidad, antaño sería, fría
y solo preocupada por mí, empezó a trasformar mi vida en una vida más
tranquila, sosegada, más preocupada por los demás.
El proceso evolutivo fue lento, sin embargo una vez empezado
ya no hubo vuelta atrás.
El otro día decidí coger el teléfono y hacer “la llamada”:
-¿Mama? ¡Hola, soy yo!
Al otro lado solo escuche silencio, seguido de una explosión
de lágrimas.
-¡Hija, hija! ¿De verdad eres tú?
Pude entender, pese a la voz desgastada por la edad y
entrecortada por las lágrimas.
¡Mi madre! La aparte de mi vida, se volvió incomoda para mí,
me recordaba demasiado quien era, no podía perdonarle sus orígenes humildes, el
ser madre soltera y limpiadora de escaleras; si, me había dado estudios, trabajaba
14 horas diarias, pero yo había llegado muy lejos y ella no quería cambiar, se enorgullecía
de su lucha, de sus orígenes humildes, de no tener estudios y haberme sacado adelante…
Sus manos desgastadas, llenas de arrugas y manchas; su ropa
usada, aunque limpia; su pelo canoso…
Todo desdecía demasiado conmigo; yo era una joven brillante,
la segunda de mi promoción, con una beca de investigación, llegue a lo más, a
ser subdirectora de mi empresa en muy pocos años y… Allí estaba ella:
-
¡Cariño, no olvides quien eres! ¡Nena, no seas tan
orgullosa!
Pero ¿Cómo iba a olvidarlo? ¡Si no cesaba de importunarme y
de avergonzarme con su aspecto ante mis amistades.
-
¡Mama, mama! Siento lo que te he hecho, perdóname pues…
No pude acabar la frase, me puse a llorar avergonzada, por
el daño que le había hecho, hacía 10 años que la había apartado de mi lado.
Le grite, cuanto la odiaba, cuanto me avergonzaba delante de
mis amistades, siempre tan, tan… sencilla, modesta…
Le dije que se olvidara de mí, que no me buscara ni me
llamase y lo cumplió.
¡Cuanto daño le acuse! La abuela murió y yo ni me acerque;
nunca volvió a saber de mí y ahora, en vez de colgar, se puso a llorar y a
decirme que sentía ser como era, que me quería y que la perdonase, que intentaría
no avergonzarme delante de mis amistades, que no la presentase como mi madre, que
dijese que era la nana que me había criado… Pero que la permitiera verme.
¿Cómo podía ser así? ¿Cómo podía pedirme perdón?
¡Era yo, la que le había fallado, la que la abandono,
después de una vida luchando por sacarme adelante, sin nadie más que a su
propia madre a su lado, sin marido, sin estudios…!
-
¡Mama, mama! Perdona mi comportamiento, quiero estar
contigo, espero que seas tú la que algún día me perdone, no podré nunca
agradecerte lo suficiente el que seas como eres. No permitas nunca más que huya
de tu lado, que me olvide de quien eres, pues eres la madre más grande del
mundo.
Esa noche de nuevo volví a soñar con Amla:
-
¡Amla, Amla, despierta!
De nuevo mi voz, llamaba a la muchacha, el paisaje de dolor
había desaparecido y era un hermoso jardín; un jardín lleno de flores de
diversos colores, un jardín lleno de paz y luz.
De nuevo volví a llamar:
-
¡Amla, Amla, despierta!
En ese preciso instante, la muchacha abrió los ojos y la
urna se partió en un millón de diminutos cristales que al caer relucían con los
colores del arco iris.
Amla se levanto; bella, etérea, hermosa y majestuosa; su
piel resplandecía traspirando paz y amor.
Amla miro hacia donde salía mi voz y hacia allí se dirigió.
Cuando llego a mi lado, pude reconocer en sus rasgos, eran
similares a los míos, pero cargados de belleza y serenidad.
Ella me sonrió y abrió sus brazos, como alas de amor; en
ellas me cobije; no tenía miedo, solo paz.
Amla, se fundió en mi cuerpo.
Entonces comprendí.
¡Amla, era en realidad, mi alma, encerrada y ahogada por mi
misma!
¡Pedía auxilio y luchaba por salir, pero yo la encerré en su
urna, para no volver a oírla y seguir siendo egoísta, fría y calculadora!
Por suerte, nuestras almas, son más inteligentes que nosotras mismas y supo hacerse oír.
Autora:Rosa Francés Cardona (Izha)
Acupuntora, MTC, hipnosis, Dietética y Nutrición.
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario